Cólicos del lactante y crianza
Aunque yo ya tenía ciertas ideas sobre la forma en que
quería desarrollar la crianza, que básicamente se basaban en el respeto al
niño, a su desarrollo y sus necesidades, el hecho de que Esther llorara tantísimo
nos ha supuesto que la tengamos muchísimo tiempo en brazos y en el pecho,
quizás más que si no hubiera sido de esa manera.
Esther nació de madrugada y su primera noche entera me la
tiré con ella en brazos paseando por el pasillo de Maternidad; no pude
dejársela al padre porque le dije que fuera a dormir fuera del Hospital para
poder descansar, así que ya desde el primer momento sólo se calmaba, cuando lo
hacía, pegadita a mí (o a su padre cuando estaba cerca). Alguna enfermera me
dijo que solían estar más tranquilos durmiendo con la madre y así lo hice, la
puse a mi lado y podíamos descansar las dos, y desde entonces, y de esto hace
ya más de dos años, sólo una noche o dos he dormido en otro cuarto mientras su
padre lo ha hecho con ella, y aún así yo no he podido descansar porque la
escuchaba llorar con lo que el dormir lejos de ella ha sido meramente
anecdótico.
Al cabo de dos semanas un día empezó a llorar sin consuelo
hasta las 4-5 de la mañana, y ni brazos, ni teta, ni cantarle, ni acunarla
ni nada servía para nada, y pienso que
al final se durmió por puro cansancio. Y así un día tras otro. Para colmo de
males el pediatra estaba de vacaciones (vivimos en un pueblo de Burgos y sólo
hay un pediatra, y además se tiene que repartir entre algún pueblo más) con lo
que me planté en la consulta del matrón con muchísimo sueño, cansancio y
desesperación y después de hacerme unas preguntas con respuestas afirmativas me
dijo que tenía cólicos del lactante y básicamente era una inmadurez del sistema
digestivo, con lo que hasta los tres meses más o menos no se le pasarían. Yo me
quería morir sólo de pensar que íbamos a estar un día y otro y otro con la niña
llorando hasta las 4 de la mañana hasta que pasaran los tres meses. Pero
pasaron las semanas, cada vez iba a menos y finalmente entre los tres y cuatro
meses ya no le ocurría nada de esto.
Todo pasa y todo llega, como leí en un blog de maternidad
hace tiempo.
Esos tres meses pasaba las tardes, que es cuando los cólicos
atacaban con más energía para culminar de madrugada, con ella en brazos, en las
piernas haciéndole un masaje y moviendo sus piernillas para arriba y para abajo
intentando que salieran gases, dándole el pecho cuando lloraba, acunándola para
que durmiera un poco en mis brazos, y así , sin hacer prácticamente nada más
que tenerla pegadita a mi cuerpo. Cuando su padre venía de trabajar y ella ya
lloraba mucho él la cogía y la calmaba, y si no podía calmarla pues me la
dejaba a mí, que yo ya había descansado un poco de tenerla, y así nos la íbamos
pasando cuando ya estábamos desesperados, todas las noches.
Por supuesto cuando se dormía yo dormía con ella, por la
noche (durante las mañanas solía dormirse ella sola en la cuna, sin ningún tipo
de estímulo ni nada), y para la lactancia ha sido de las mejores cosas que
hemos hecho porque en cuanto la notaba moverse un poco la cogía, sin destaparme
ni pasar frío (que con lo friolera que soy bastante hubiera sido salir de la
cama un puñado de veces cada noche), y ella no se despertaba, así que podemos
decir que desde que nació ha dormido toda la noche seguida, desde que se
dormía, claro, y salvo que, más tarde, le doliese algo y se despertara
(especialmente cuando ha tenido gases y estreñimiento por la alimentación
complementaria y la salida de algunos dientes).
Toda esta experiencia nos ha hecho, si cabe, estar más
apegados a ella y estoy muy contenta de haberla tenido tantísimo en brazos
porque ella lo necesitaba y yo también, igual que lo de dormir con ella, que
aunque al principio fue por pura supervivencia para poder descansar algo, es
algo que no cambiaría por nada porque he estado muy tranquila con ella al lado
y ella también sintiendo que yo estoy a su lado, y me encanta despertarme con
ella tan cerquita.
En definitiva, los cólicos del lactante son una pesadilla
para la familia, tanto para el niño que sufre como para los padres que no saben
ya qué hacer con él, porque es un no parar de llorar, pero se pasan y en
nuestro caso esta circunstancia nos ha hecho ser más amorosos con ella, más
comprensivos y creo que nos ha hecho estar más atentos a las causas de sus
llantos para solucionarlos en la medida de lo posible.
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